Nuestra experiencia con Ana se basa en sensaciones. La primera de todas nos la transmitió sin tan siquiera conocernos, y lo hizo a través de su reflejo como persona, sus fotos. La luz, los momentos, el color y todo lo que puede decirte una foto nos llamaba la atención. Teníamos que conocerla.
A nosotros nos importaba más para nuestro gran día el “feeling” con nuestros proveedores que su nombre o su trayectoria. Necesitábamos hablar con ellos para decidirnos. Quedamos con Ana y resolvió nuestra duda, sus fotos hablaban como ella. Profesional, pero a la vez cercana. Flexible pero con las ideas claras. ¡Esa sensación buscábamos!.
La tercera se desarrollaba en el tiempo hasta la boda. Su interés por realizar un excelente trabajo nos hacía ver que era difícil que nada saliera mal. Además, sentir que tu fotógrafa el día de la boda va a ser una más de tus amigas no tiene precio.
Nos hizo una sesión previa al gran día en París, y lejos de ser una interminable y aburrida pose, se convirtió en un paseo hecho foto. Aquellas fotos nos encantaron.
Llegó el gran día, y lo único que deseas es disfrutar al máximo, pero a la vez quieres seguir viviéndolo el resto de tu vida. La única forma de poder hacerlo es contando con imágenes que transmitan esas mismas sensaciones que tenías en cada momento.
Cuando recibimos nuestro reportaje estábamos algo nerviosos por saber si todo lo que sentimos era tal y como se veía desde fuera. Una vez más, Ana resolvió nuestras dudas. A partir de ahora podíamos revivir ese día una y otra vez viendo cada uno de los momento que Ana supo captar, incluso otros que se nos habían escapado.
Para nosotros ahora, ella es amiga… es familia.
GRACIAS POR TANTO.